Uno (y trino)

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | ELECTRA | El cronista -conviene reconocerlo de entrada- acudió a la función de estreno de ‘Electra’ con la venda puesta, ya que la certeza de que la herida llegaría, más temprano que tarde, rondaba en su cabeza desde el mismo momento en que tuvo noticias del proyecto; un proyecto meramente alimenticio, dicho sea de paso y sin ánimo de ofender -la crisis aprieta y de algo hay que comer-, en el que andan involucrados un (generoso) puñado de sospechosos habituales de

la empresa promotora (Pentación) y su eventual casa de acogida (Festival de Mérida). Algo que solo se justifica -aunque difícilmente se comprenda- gracias a la formidable paradoja de que el dios que rige en el presente los designios del certamen emeritense se convierta para la ocasión en uno y trino, como el genésico mandamás de los cristianos o, por ceñirnos a la mitología pagana, como la Hidra de Lerna, aquel bicho policéfalo cuya inimitable capacidad regeneradora le permitía lucir varias cabezas en un mismo cuerpo. Para entendernos: Jesús Cimarro tiene el (dudoso) honor de ser, a la vez, director gerente de Pentación Espectáculos, director del Festival ¿Internacional? de Teatro Clásico de Mérida y productor de ‘Electra’ y, toda vez que ‘Electra’ se presenta como una coproducción entre el Festival de Mérida y Pentación, al cronista le parece que su figura queda en entredicho, pues el arribafirmante creía (inocentemente) que las tentaciones de ser juez y parte de una misma causa habían quedado relegadas a nuestro pasado más indigno.

 

Pero no. España es un país de tradiciones, qué coño; y la todopoderosa derecha gobernante se afana, día a día, en su conservación.

Mas no se detenían ahí las precauciones del cronista ante el (supuesto) espectáculo estrella de la que los políticos más provincianos, necios y populistas nos están vendiendo como la edición en la que el Festival de Mérida remonta el vuelo: en las dos últimas décadas, los ojos del que suscribe han comprobado (con pesar) en varias ocasiones cómo la mano directriz de José Carlos Plaza es capaz de adormecer desde una alocada opereta (‘La bella Helena’, 1995) hasta una conmovedora tragedia (‘Fedra’, 2007), así como afear con una despreciativa puesta en escena un espectáculo por lo demás brillante y eficaz como ‘Yo, Claudio’, 2004; en el mismo orden de cosas, el cronista advirtió hace ya algunos lustros que Ana Belén tenía poco que contar (y que cantar) más allá de dotar de una digna presencia y una correcta dicción la interpretación de sus protagonistas, tarea cuyos resultados han quedado siempre muy lejos de conectar con el público; y otro tanto sucede con Fran Perea, que va camino de perpetuarse en un quiero y no puedo que, de seguir así, se convertirá en histórico.

Con estos precedentes, y con el recuerdo (imborrable, para desgracia de un servidor) de la última ocasión en la que estos tres artistas (y sus habituales comparsas) pisaron la escena del Teatro Romano hace cinco años, dio comienzo la función: y entonces, durante dos (eternas) horas, se sucedieron sobre una prometedora (pero desaprovechada) arena roja los parlamentos de unos personajes que parecían sufrir mucho por culpa de un trágico destino; y digo parecían, porque es lo que deduje de sus palabras, pero si hubiera de fiarme por las emociones transmitidas, más bien debería pensar que habían llegado hasta allí para echar el rato, acompañados y jaleados, eso sí, por una nutrida representación de vips de la escena nacional que atenuaron con sus aplausos y gritos el fracaso de un montaje inoperante, cuya pretenciosidad ahoga sus escasos aciertos -una bella escena en dos planos narrativos- y cuyo acabado queda, en fin, a años luz de esa “limpieza y delicadeza” y esa “fuerza extraordinaria” que su director prometía en las entrevistas previas al estreno.