Otra (pesadillesca) vuelta de tuerca

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Edipo | ‘Edipo’ es la más compleja, perfecta y clásica de las tramas detectivescas jamás escrita. Han leído bien: “detectivescas”; porque, aunque en el siglo V a. C. —cuando Sófocles compuso ‘Edipo rey’ y ‘Edipo en Colono’— aún no se había inventado la figura del detective, el díptico que narra las tribulaciones del desgraciado rey tebano se convirtió desde entonces en el paradigma de las historias que, solo veinticuatro siglos más tarde, popularizarían la novela y el cine negros. Dos mil cuatrocientos años antes de que llegaran las ficciones criminales modernas de Chandler o Hammett o Cain, Sófocles fijó para los restos un insuperable ‘thriller’: aquel en el que el investigador resulta ser el mismo que el investigado, o sea, el asesino, que acaba descubriéndo(se) merced a una sublime anagnórisis después de haber desencadenado una serie de fatales acontecimientos que destrozarán para siempre el presente y el futuro de su linaje.

A estas alturas del siglo XXI, el cronista ya guarda unos cuantos edipos en sus retinas —casi todos contemplados en el Teatro Romano de Mérida— y, en la mayoría de los casos, con grato recuerdo de la experiencia. Por no ir demasiado atrás en el tiempo: inmarchitable sigue a día de hoy la fría emoción despertada por la (pro)puesta n? de Jorge Lavelli en 2008, con Ernesto Alterio al frente; notable resultó la oscura y (cinemato)gráfica versión estrenada por Georges Lavaudant en 2009, con Eusebio Poncela como protagonista; y acongojante, la inmersión en el lavado público de los trapos https://www.festivaldemerida.es/wp-content/uploads/2021/08/.jpg-900x600.jpgsucios familiares alrededor de una doméstica mesa a la que nos invitó Alfredo Sanzol en 2015, con Juanan Lumbreras como padre, hijo y espíritu insano de la faena.

La vuelta de tuerca que propone ahora Paco Bezerra suma y resta personajes y escenas y eleva la tragedia a sutiles cotas de pesadillesca metafísica. Su versión lleva un subtítulo —‘A través de las llamas’, que en Mérida nos han secuestrado, pero con el que ya se venden las entradas para su (re)estreno el 8 de septiembre en el Teatro Español de Madrid—, que aclara buena parte de sus intenciones: la peste es sustituida aquí por un devastador incendio que abrasa Tebas y que solo cesará cuando Edipo abandone ese infierno —su palacio, su familia, su pueblo— para adentrarse en otro, tanto o más abrasador —el exilio, el olvido, la muerte—.

Para subir esta lírica versión a escena, Luis Luque elige a un elenco muy en la onda de lo que marca la corrección política (pos)moderna —“Ahora toca ser soldados y soldadas [sic] encima de ese escenario”, dijo la actriz Mina El Hammani en la rueda de prensa de presentación—: joven, multirracial, con los géneros alterados —Tiresias es, caprichosamente, interpretado por una mujer, Jiaying Li, a la que no se entiende cuando habla en español y cuyos subtítulos son imposibles de seguir cuando habla en chino—. Y el caso es que, aunque él mismo ha confesado que es un mero cebo para atraer al público neófito al teatro clásico, la apuesta no le sale del todo mal, porque este puñado de actores, rescatados en buena parte de La Joven Compañía, insufla energía y dispara la temperatura de un montaje que únicamente peca de frialdad, lastrado por un abuso del geométrico minimalismo ‘á la Bob Wilson’.

La esquemática y azulísima escenografía de Monica Boromello, la blanca intensidad de la luz de Juan Gómez Cornejo y el aséptico vestuario diseñado por Almudena Rodríguez Huertas, multiplican esa sensación, compensada magistralmente por la envolvente y onírica videoescena de Bruno Praena. Asistimos, pues, a un imperfecto pero interesantísimo sueño de poco menos de hora y media del que Edipo —un correcto Alejo Sauras— no sabe despertar; una fría y acongojante pesadilla que solo es capaz de aniquilar el ardor de las llamas finales.