La nada camino del Carreforum

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | La comedia del fantasma | Se sospecha que fue por el año 319 a.C. cuando el filósofo peripatético Teofrasto alumbró su obra más popular, ‘Los Caracteres’, una colección de retratos ligeros centrada en el estudio de diversos tipos morales que, con mayor o menor fortuna, ha sido saqueada desde entonces por algunos de los más ilustres protagonistas de la historia de la literatura. El primero en meterle mano fue su coetáneo Menandro, máximo exponente de lo que dio en llamarse ‘comedia nueva’ y autor de ‘Phasma’ [‘La aparición’], un título que su colega Filemón utilizó igualmente para otro de sus enredos. Un siglo más tarde, el comediógrafo latino Plauto compuso su ‘Mostellaria’ inspirándose en sendos precedentes, aunque difuminando un tanto los arquetipos originales. Sobre la base de lo que habitualmente se ha traducido como ‘La comedia del fantasma’ —y en otras ocasiones como ‘La casa encantada’ o ‘El aparecido’—, en 2018 Miguel Murillo ha vuelto a perpetrar un nuevo ‘aggiornamento’ marca de la casa, vulgarizando el original con un puñado de latinajos que mezclan sin la menor gracia la rabiosa actualidad sociopolítica con localismos de lo más facilón. Verbigracia: un personaje que manosea sobres de ida y vuelta a cambio de favores se llama aquí Barcenón de Génova. Y en este plan.

El caso es que, por alguna razón que al cronista se le escapa, Plauto sigue siendo el autor clásico peor tratado por los modernos dramaturgos que campan por sus respetos en el Festival de Mérida. A nadie en su sano juicio se le ocurriría trufar una tragedia de Esquilo, Sófocles o Eurípides de bochornosas referencias a Iker Jiménez, Ana Rosa Quintana, los Cantores de Híspalis, Carrefour o Mercadona. Pero, a lo que se ve, en la comedia todo cabe. Para forzar la (son)risa del espectador hay que hacerle cosquillas en el intelecto, aunque sea a costa de traicionar la perfecta ingeniería cómica de los textos sagrados escarbando en reconocibles referentes del día a día. De resultas de esta bastarda estrategia, el paganini de turno —que a mediados de agosto responde, en su mayoría, al perfil de turista primerizo y asombrado por la monumentalidad de la cosa— se ríe algo con aquello que sus entendederas identifican fácilmente y un poco menos con los enredos y chistes primigenios, que se le presentan demasiado desvirtuados como para ser eficaces.

La ausencia (casi) absoluta de escenografía, la ramplona iluminación, las coreografías de parvulario y una música infantiloide contribuyen, entre poco y nada, a que el montaje se sobreponga a su maltrecho andamiaje. Al cronista no se le escapa que todo ello es consecuencia directa del manifiesto desprecio presupuestario que sufren los espectáculos ‘extremeños’ respecto a los estrenos de campanillas, pero las limitaciones económicas nunca deberían estar reñidas con el talento artístico.

Suerte que ‘La comedia del fantasma’ cuenta con un elenco que, sin entrar en particularidades, defiende con solvencia la pobre materia prima que se trae entre manos. De entre todos ellos sobresale Ángel Ruiz, un completísimo cómico de formación multidisciplinar al que, más allá del fulgor pasajero de los premios, se le antoja un porvenir que al cronista le gustaría seguir de cerca. Suyo, y de sus compañeros sobre la arena, es el (escaso) mérito de que, al final del engañabobos, el espectáculo quede indultado. Que no es poco.